¿Cómo reconocer si es una auténtica vocación?

No es en absoluto extraño que la vocación, la llamada de Dios, requiera tiempo y energía (también a veces lágrimas y sufrimiento) en su desarrollo y en ser sacada a la luz, como tampoco debe extrañarnos que, sobre todo en las primeras etapas de discernimiento, no es fácil de reconocer, escuchar o aceptar.

A veces también es muy tentador no prestarle la atención necesaria o aplazar constantemente el momento de tomárselo en serio. También están, en realidad, aquellos que eligen deliberadamente no querer nunca enfrentarse a una posible llamada del Señor.

Sin embargo, si tú también llevas en tu corazón esta pequeña-gran llamada de lo Alto, quiero animarte: en lugar de huir o minimizar o desviarte, trata de poner en práctica dos sencillas recomendaciones que provienen de la experiencia de San Francisco.

Dos indicaciones simples

En primer lugar, ¡ora! ¡Oren siempre, no te cansas nunca (cf. Lc 18, 1-8)! Por tanto, en cuanto puedas, vuelvas al Señor con confianza y abandono y pide que te muestre y te muestre cada vez con mayor claridad lo que Él quiere de ti. Tengas en cuenta que Él rara vez revela o manifiesta Su voluntad por medios excepcionales o fenómenos sobrenaturales como lo hizo con San Pablo en el camino a Damasco. Al contrario, al Señor le suele gustar moverse en cierta penumbra, prefiere sugerir sus consejos en voz baja. Sus indicaciones siempre son susurradas, a menudo apenas insinuadas; Sus signos, siempre por descifrar. Esta es su estrategia precisa. Él nunca fuerza nuestra libertad; nunca fuerza, nunca impone! Más bien, nos pide siempre una implicación personal, la asunción de una responsabilidad, de una decisión. Todo esto es un trabajo duro, pero también una gran libertad y amor y respeto por nosotros.

En segundo lugar, pide consejo a quienes puedas y realmente quiera ayudarte y acompañarte para descubrir la voluntad de Dios, no confíes y no escuches a quienes te dicen que lo dejes pasar, que no te compliques la vida, de pensar en otra cosa.

Oración

San Francisco nunca tomó una decisión, grande o pequeña, sin recurrir a la oración. Incluso cuando simplemente tenía que elegir si predicar en un pueblo u otro «oraba e invitaba a sus hermanos a orar para que Dios le sugiriera a su corazón dónde era mejor ir, según la voluntad divina» (Leyenda de Perugia 108) .

La oración era tan importante para él que así la definió uno de sus biógrafos: «Francisco no era tanto un hombre que reza, sino él mismo todo transformado en oración viva». Por lo tanto, ¡es en la oración que Francisco siempre trata de descubrir la voluntad del Señor!

A través de la oración aprende lentamente a descifrar y comprender en profundidad los más verdaderos movimientos y deseos del corazón de su alma, pero también a evaluar su comportamiento, y así discernir lo que verdaderamente le trae dulzura y paz y consuelo y verdadera alegría.

Se apoya en la oración que experimenta cómo darse, servir, dedicarse al prójimo (a los pobres, a los leprosos…) son para él fuente de mayor y más auténtico consuelo y alegría y sentido, frente al vacío y tristeza que durante mucho tiempo había experimentado persiguiendo con afán ficticios placeres mundanos (cf. 2 Celano 9).

En la oración también su humanidad se va transformando paulatinamente, modelándose cada vez más en Jesús, hasta descubrir cuán dulce y consolador es poder abrazar a un leproso. ¡¡Antes de su conversión, solo ver uno era insoportable y algo horrible y repulsivo!!

Confrontación y diálogo

El diálogo y el enfrentamiento con los hermanos, la humildad de pedir consejo y acompañamiento espiritual a los demás, fueron para Francisco otro medio fundamental para descubrir y descifrar lo que era mejor a los ojos de Dios para su vida.

Los ejemplos abundan en las biografías. Como cuando, al dirigir una «Carta a un Ministro», a un superior que se había dirigido a él planteándole un grave problema presente en su comunidad, Francisco escribe que la cuestión sería tratada en el capítulo general de Pentecostés, «con el consejo de los frailes» (Leyenda menor 12).

Cuando duda de que el Señor lo llame a la vida de ermitaño y no al apostolado y la evangelización, Francisco reza y reza y luego habla y habla largo y tendido con los frailes: “Hermanos, ¿qué os parece, qué les parece más ¿verdad?».

Finalmente, apela a las oraciones e indicaciones del hermano Silvestre y de Santa Clara, esperando su respuesta como «indicación de la voluntad de Dios». Y ambos, en momentos diferentes y sin consulta previa, sugerirán a Francisco estar entre la gente, dedicarse al anuncio y al testimonio evangélico, antes que preferir una opción ermitaña.

Por eso continuamos a  en sugerir a quienes están en discernimiento vocacional a ser acompañados y apoyados por un acompañante espiritual (en este enlace encontrarán mucha información al respecto).

Incluso la participación a nuestro grupo vocacional (aquí para saber más): ¡nadie puede emprender un camino vocacional solo!

Queridos amigos, concluyo con la maravillosa «Oración ante el Crucifijo» que acompañó a Francisco especialmente en los primeros días de su investigación. ¡Que sea tuyo también!

Oh, alto y glorioso Dios

Ilumina las tinieblas de mi corazón

Y dame fe recta

Esperanza cierta

Caridad perfecta

Sentido y conocimiento

Para cumplir tu santo y veraz mandamiento

Al Señor Jesús siempre nuestra alabanza

fray Alberto (OFMConv)

(articulo extraído del Blog Vocación Franciscana)

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