Asís, lugar de paz y encuentro

Queridos hermanos y hermanas, que el Señor les dé su paz.

Les saludo con cariño desde Asís, lugar en el cual por tantos años vivió nuestro querido San Francisco y donde se encontró con la hermana muerte luego de su vida de entrega al Padre. 

Estoy aquí desde hace algunas semanas, he venido con la intención de hacer unos días de retiro, de espacio personal y encuentro con el Señor. En estos días no tan solo he tenido la posibilidad de escuchar la “voz interior”, sino escuchar la voz del Padre que se manifiesta en los demás: en los hermanos, en los peregrinos, en la gente que puedo encontrar en cada momento por la calle. 

Es realmente conmovedor ver como cada día cientos y cientos de peregrinos llegan hasta la Basílica para dar gracias a Dios por la intercesión de San Francisco en sus vidas. Es emocionante ver la fe de esta gente, una fe muchas veces manifestada con obras concretas. A este santo lugar, llegan familias que presentan al Señor a sus hijos recién nacidos y piden que tenga un sano crecimiento, llegan a pedir el don de una buena salud, el éxito en el trabajo, la buena fortuna en los futuros proyectos, es decir, vienen a confiar su “caminar” al Señor, luz y guía de nuestra vida. 

La semana de retiro que he vivido, la he pensado bajo un simple título: “La felicidad en la fraternidad y en las pequeñas cosas de cada día”. Como ustedes saben, este es mi primer año de formación en cuando a los estudios de la Filosofía y Teología; no puedo negar que es un poco difícil asumir este nuevo desafío. Tras esto, consideré que un tema importante para tratar, antes de iniciar el año formativo, es el de la felicidad. No podemos ser religiosos tristes, sin motivaciones y alegrías, dice el papa Francisco. En estas pocas jornadas, pude darme cuenta ¡cuánto es necesario ser acompañados! Me alojaba en una pequeña casa que tenemos abajo del Sacro Convento, en ella debía cocinar, hacer el aseo y organizar mis tiempos… prácticamente una pequeña experiencia de vida eremítica, como los primeros monjes que vivían solos en unión con Dios. Cuando llegaba la noche sentía un poco de soledad, llamémosla una soledad positiva, ya que me ayudó a pensar en que siempre es necesario de un “otro” que esté junto a nosotros: amigos, hermanos, familia, etc. Ser acompañados no significa tener a una persona al lado nuestro las 24 horas del día, es mucho más que eso, es aprender a compartir, acoger y querer, con un amor desinteresado, sano y fraterno. 

Jesús no quiso vivir solo, supo distinguir y hacer un equilibrio entre los espacios personales y fraternos. Iniciando su vida pública y más activa, comenzó a formar su comunidad, a quienes se les llama tantas veces “hermanos” en la biblia y, a quienes después llamó amigos (Jn 15:14). De hecho, formó una comunidad a quienes hoy conocemos como sus apóstoles (grupo más cercano) y los discípulos (la multitud que lo seguía). San Francisco, siguiendo sus huellas, vivió pobre y humilde, transmitiendo el evangelio mediante la caridad, la pobreza y la alegría, primero con un grupo pequeño, después, ciertamente, creció tanto el número de hermanos que querían vivir este estilo de vida, que hizo que el hermano de Asís, con la ayuda de la oración, el discernimiento y la escucha atenta de sus cercanos, formara la comunidad de los hermanos menores.

En conclusión, comparto con ustedes estas sencillas líneas, para rescatar desde una experiencia personal, el valor de vivir la felicidad junto a la comunidad, la familia, el ambiente que el Señor nos ha regalado, sabiendo que no todo en la vida es color de rosa, pero, con la certeza de que el Señor nos llama a ser constructores de un entorno agradable, ameno y bueno para vivir. Pidamos al Señor tener la mirada de Francisco, quién se dejaba cautivar por cada pequeña cosa que veía y se dejaba encantar, porque era creación de Dios.

Que el Señor les bendiga.

Fr. Benjamín Castro (OFMConv.)

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