¡ÁBRETE!!! (Mc 7, 31-37)

Querido amigo/a, si tienes alma franciscana y te detienes un minuto a pensar a un hecho de la vida de San Francisco que esté relacionado al texto del Evangelio de este domingo, puedo imaginar que – tal vez entre otros – se te haya ocurrido el relato del encuentro de Francisco con el leproso.

Para mí ha sido una conexión inmediata, pensando en el dualismo de pureza e impureza que caracteriza el mundo hebraico de Jesús y el tiempo medieval de Francisco: en ambos casos la enfermedad se consideraba una maldición de Dios y estaba estrictamente prohibido tocar al sordomudo y al leproso.

Pero Jesús y Francisco no se conforman con las leyes rituales de su época y ambos se lanzan en gestos tan absurdos para los sanos, cuanto dignificantes y esperanzadores para los enfermos: una caricia incómoda a orejas y lengua atrofiadas, un abrazo atrevido al cuerpo degradado.

Es éste tal vez el primer ‘ábrete’: ¡ábrete a una misericordia inexplicable!, ¡ábrete a un amor que supera las leyes estériles!, ¡ábrete a la esperanza salvadora y gratuita de Dios!

El milagro de Jesús acontece en tierra extranjera, así como el encuentro de Francisco en las afueras de la ciudad de Asís: no todo lo sagrado y repleto de amor surge en tierra bendecida, en asambleas cristianas, en personas de fe. El extranjero es el emblema de todos los que no conocen a Jesús.

Pero el Espíritu sopla donde quiere y alcanza a quien quiere, ya que Dios no se cansa de recorrer el sendero de hombres y mujeres en búsqueda de ellos. A veces están tapadas las orejas de quienes necesitan escuchar la palabra de amor de nuestro Dios, otras veces están secas las lenguas de quienes están llamados a anunciarla.

¡Ábrete – entonces – al soplo divino que está hablando a tu corazón!, ¡abre tus orejas para escuchar su divino aliento y abre tu boca para anunciarlo!

El Evangelio muy pocas veces nos dice qué pasó con todos los bendecidos por Jesús, por sus milagros y por su gracia salvadora. Pero, si quisiéramos imaginar cómo siguió la vida del sordomudo y de muchos más, nos parece obvio y nos encanta pensar que él también siguió a Jesús, siendo tan impactantes la gracia y el amor recibidos.

Para mí, para ti, para todos los que han conocido el amor de Dios, resuena una vez más el ¡ábrete a la voluntad de Dios!, ¡ábrete a la llamada del Dios que confía en ti!, ¡ábrete a la vocación y a la misión que el Padre te encomienda!

“Todo lo ha hecho bien”, así que no temas, hermano mío. ¡Buen camino! 

fray Christian Borghesi (OFMConv)

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