¡La paz esté con ustedes! (Jn20,20)

Cristos ha resucitado! Alelya! La fiesta de la victoria de Jesús, su resurrección, ha llenado nuestra vida y la Iglesia de luz que ilumina las tinieblas y resucita a una vida nueva a todos los que estaban en la sombra de la muerte.  Ya llegamos a la conclusión de los ocho días donde el Resucitado aparece y se manifiesta a sus discipulos tratando de convencerlos que él está vivo y presente entre ellos.

En este 2° domingo de Pascua, llamado por la Iglesia día de la divina misericordia, el evangelista Juan conecta el “atardecer del primer día de la semana” con “ocho día mas tarde”, dos experiencias de encuentro de los discipulos con el Cristos resucitado, acontecidas en el día domingo.

La comunidad de los discipulos se encontraba con las “puertas cerradas” viviendo una experiencia de miedo, fragilidad, fracaso, desanimo y falta de esperanza por haber traicionado y perdido para siempre al Maestro. 

“Entonces llegó Jesús y poniendose en medio de ellos les dijo: «La paz esté con ustedes!» Mientras decia esto, les mostró sus manos y su costado. Los discipulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor” (Jn 2,20-21)

Quiero evidenciar los cuatro detalles que son tan evidentes en este encuentro. Primero, que Jesús se pone en medio, él está en el centro de la comunidad como Maestro, como el manantial de gracia. De inmediato les regala su don: la paz, que no es solo un saludo sino algo concreto que llena a los presentes. Tercero: les muestra sus llagas; desde sus manos y costado heridos lo reconocen, casi sugiriendo que es imposible reconcerlo de otra manera que por “haber amado a los suyos … y los amó hasta el fin”(Jn13,1). Y, por ultimo, la plenitud de alegría que experimentan los discipulos, al ver al Señor, el paso del miedo al gozo del encuentro con el que estaba muerto y ahora vive.

El apostol Tomás se había alejado de la comunidad, el Mellizo que podríamos considerar como  hermano nuestro, lleno de dudas y preguntas, que nos representa en muchos periodos de nuestra vida: se aleja, tal vez escandalizado, cansado, etc, pero vuelve a la comunidad y allí, solo allí, encuentra al Señor Resucitado, lo reconoce: “Señor mío y Dios míó” y cree en Él. Y Jesús le dice: «Felices los que creen sin haber visto!».Es la felicidad de todo discipulo que no necesita ver fisicamente para creer, convencido de que Jesús está vivo!!!

«La paz esté con ustedes!» (Jn 20,20) es el regalo que Jesús vuelve a repetir en su encuentro con los dicipulos de ayer y de hoy. Por San Francisco, el hombre de paz, este saludo se volvió una misión, una vocación: vivir y anunciar a todo el mundo la paz de Cristo.  

Él invita a sus hermanos: «En toda predicación que hacía, antes de proponer la palabra de Dios a los presentes, les deseaba la paz, diciéndoles: «¡El Señor les dé la paz!» (1Cel 23)

Les recomienda que, cuando vayan por el mundo, en particular, cuando entren en alguna casa, digan: «¡Paz a esta casa!» (1R 14,2; 2R 3,13). Y en su Testamento escribe: «El Señor me reveló qué debiera decir al saludar: El Señor te dé la paz« (Test 23)».

La fe es una experiencia de encuentro con Cristo resucitado, presente en la comunidad. ¿Estoy dispuesto como Tomás a volver, estar y reconocerlo

La paz y las llagas de Jesús son fuente de alegría para los discipulos. ¿Qué sentimientos y desafíos me provocan los dones del Resucitado?

Un feliz domingo de la misericordia, “paz y bien” para todos.

p. Augustin Budau (OFMConv)

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