Un discernimiento «a la pasada»: ¡escuchar las emociones!

¿Quién dijo que el discernimiento vocacional es solo cuestión de oración, ayunos, ejercicios espirituales y voluntad fuerte? La verdadera vocación comienza en el vientre, en nuestras emociones. ¡Aprendamos a escucharlas!

¿Solo la cabeza? ¿Solo el corazón? ¿Solo el vientre?

En un mundo frenético y lleno de distracciones, a menudo se nos dice que dejemos de lado las emociones y nos centremos solo en la racionalidad: «¡las decisiones se toman con la cabeza!». En el ámbito católico, esto a veces se lleva al extremo: debemos aprender a pensar, a razonar, a rezar, a priorizar los valores sobre los «deseos»…

Y así, todo se desplaza hacia la cabeza, ¿y quién escucha al vientre? Incluso tenemos la sensación de que lo que «sentimos» a menudo es «feo y malo», algo de lo que defendernos, algo que debemos controlar, algo que solo nos puede desviar del camino correcto.

Sin embargo, escucha esto: ¡esto no es en absoluto cierto! Al contrario: no se puede realizar un discernimiento vocacional sin escuchar también al vientre. Diría más: no se puede ser verdaderamente cristiano (es decir, no se puede ser verdaderamente un hombre o una mujer auténticos, de auténtica humanidad) si no escuchamos también al «vientre», a nuestras emociones.

De hecho, el aspecto emocional es tan importante como el racional, y cualquier elección que no considere este aspecto está destinada con el tiempo a secarse, a perder sentido y, finalmente, a desvanecerse en la nada como si nunca hubiera existido.

Por supuesto, también es importante evitar la tentación contraria: escuchar solo a nuestro vientre, decidir solo basándonos en la emoción, es tan peligroso como engañoso. ¡Es la mejor manera de meternos en problemas!

Todo junto, «todo de nosotros»

Entonces, como siempre, se aplica la regla de oro de la humanidad (y de nuestra fe): aprender a mantener juntos todos los aspectos, a ponerlos en diálogo entre sí, sin tratarlos como cosas extrañas o necesariamente en desacuerdo.

Mente, vientre (agreguemos también «corazón»), cuerpo, espíritu: todo junto, porque solo cuando «todo de nosotros» toma la decisión, el camino puede ser más seguro, estable, verdadero, auténtico y, por lo tanto, verdaderamente «vocacional». Recuerden: «Amar con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas», ¡este es el primer y único mandamiento!

Por eso, también (¡y sobre todo!) en el camino de discernimiento vocacional, es de vital importancia saber escuchar nuestras emociones, interpretarlas y darles un nombre. Como jóvenes que desean abrazar una vocación cristiana (y franciscana quizás, si están en este sitio), necesitan crecer en este proceso de conciencia emocional, que puede convertirse en una herramienta muy valiosa.

En qué sentido son importantes las emociones

Las emociones son una parte integral de nuestra experiencia humana. Son como indicadores internos que nos ayudan a comprendernos mejor a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Cuando aprendemos a escuchar nuestras emociones, nos sintonizamos con nuestra profundidad interna y poco a poco podemos percibir con mayor claridad lo que se mueve en nuestro interior, pudiendo así dar un nombre a nuestros deseos más verdaderos y profundos.

El discernimiento vocacional es un viaje que requiere introspección y escucha atenta. Cuando enfrentamos decisiones importantes y complejas sobre nuestro futuro, también debemos considerar nuestras emociones. Pueden ser como una brújula que, correctamente leída e interpretada, puede sugerirnos la dirección adecuada para nuestra vida.

Leer nuestras emociones significa tomarnos el tiempo necesario para explorarlas y comprenderlas. Cada emoción tiene un mensaje que transmitirnos, ya sea alegría, tristeza, miedo o emoción.

En el contexto de la vocación franciscana, la escucha de las emociones es aún más relevante. Incluso San Francisco tenía una relación íntima y abierta con sus emociones. Abrazó la alegría y la tristeza, el éxtasis y la angustia, sin ocultar nada. Era consciente de que las emociones eran una parte integral de su relación con Dios y con los demás. Seguir sus pasos significa también aprender a aceptar nuestras emociones como herramientas de crecimiento espiritual.

Como ejemplo sencillo: si experimentamos una gran alegría y serenidad cuando estamos comprometidos en un servicio a los demás, ¿qué nos dice esto? ¿Tal vez habla de un profundo deseo de entrega, nos dice que quizás ahí radica nuestra verdadera alegría? ¿Quizás la vocación franciscana, basada en la alegría evangélica y el humilde servicio, podría ser nuestro camino?

Otro ejemplo: tal vez estamos asistiendo a un grupo de oración, y queremos ir, nos obligamos a asistir a todas las reuniones; sin embargo, si realmente nos escuchamos, sentimos que siempre salimos de las reuniones con un sentimiento de tristeza, quizás de enojo, un sentido de inadecuación, inferioridad, de no «valer mucho»… bueno, quizás nuestro instinto nos está diciendo que ese no es el lugar donde crecer y florecer en la fe, el amor y la humanidad… quizás necesitamos un entorno diferente, tal vez más saludable y liberador…

Cuidado: son solo ejemplos, tómalos con precaución. Cada emoción puede tener muchos significados, y es muy importante aprender a cuestionarlas e interpretarlas, preferiblemente con la ayuda de un guía espiritual.

De hecho, sin una evaluación seria (precisamente para eso sirve el discernimiento), simplemente escuchar las emociones individuales puede llevarnos fácilmente por el camino equivocado. El truco siempre es leer los estados de ánimo individuales en el contexto de la experiencia que estamos viviendo, llevarlos a la oración, confrontarlos, etc. (nada nuevo, es lo que repetimos constantemente).

Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo aprender a escucharnos?

Aquí el tema es amplio: si lo deseas, podemos crear un artículo específico con algunas pautas prácticas para aprender a escuchar nuestras propias emociones, háznoslo saber. Sin embargo, podemos dar algunas indicaciones muy breves.

En primer lugar, es importante escucharnos a nosotros mismos, reconocer lo que está pasando en nuestro interior y dar un nombre a las emociones individuales. Antes de evaluarlas, interpretarlas, comprender de dónde vienen y a dónde nos llevan, debemos primero «sentirlas».

Dar un nombre a nuestras emociones es un paso fundamental para integrarlas en nuestro discernimiento vocacional. A menudo, las emociones pueden ser complejas y evasivas, pero darles un nombre específico nos ayuda a comprender mejor lo que estamos experimentando. Por ejemplo, podríamos descubrir que el miedo que sentimos con respecto a una elección vocacional en realidad es miedo al juicio de los demás o al fracaso. Al identificar las emociones, podremos comprenderlas y enfrentarlas con mayor conciencia.

Así que aprende a detenerte, a escuchar tu «vientre», a dar nombre a lo que encuentras allí. Solo entonces podrás usar este valioso material también para el discernimiento vocacional, pero nunca podrás hacerlo si primero no te acostumbras a escucharlo.

En conclusión

Así que, queridos jóvenes en búsqueda vocacional, los animo a aprender a escuchar sus emociones, a leerlas cuidadosamente y a darles un nombre en el contexto de su discernimiento. Crear un espacio seguro en el que puedan reflexionar sobre lo que sienten y cómo estas emociones pueden influir en sus elecciones. Hablen sobre ello con su acompañante espiritual.

Recuerden que las emociones no deben ser temidas ni reprimidas, son regalos que nos ayudan a comprender mejor quiénes somos y cuál es nuestra auténtica vocación. Sean valientes al enfrentar sus emociones y abracen la belleza del discernimiento vocacional, que abarca toda la gama de experiencias humanas. Estén abiertos a lo que sus emociones les dicen y confíen en el camino que se revela incluso a través de ellas.

Que su viaje en el discernimiento vocacional también esté iluminado por la luz de sus emociones, y que puedan encontrar alegría y paz al seguir su auténtica vocación cristiana y franciscana.

Que el Señor los bendiga siempre.

fray Nico

(articulo libremente extraído del Blog Vocación Franciscana)

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