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Oración… no es una meta, sino un camino
El tema de la oración, es un tema realmente muy amplio y que se presta a ser abordado desde diferentes ángulos.
Aquí se eligió dejarnos guiar, una vez más, por el testimonio de san Francisco de Asís, que se ha convertido en nuestro fiel compañero de camino. Esto no es porque sea el único intérprete excelente del «rezar bien», sino porque su experiencia, muy humana, llena de luces y sombras, de conversiones y de impulsos, podía ayudarnos a reflexionar sobre la oración partiendo precisamente de la humanidad de un santo que nos es amigo, que nos es querido.
Mas que hablar de la oración y aprender a orar, hay que ponerse a orar. No podemos pensar en formarnos primero una cultura sobre todo lo que se necesita para una buena oración cristiana y solo después empezar a orar.
No, la capacidad de orar presupone que lo intentemos, que ya estemos dispuestos a orar. ¡Orando se aprende a orar! De manera similar, por ejemplo, nos volvimos capaces de comunicarnos: hablando es como aprendimos a hablar.
La oración es una actividad, una relación que pide, por lo tanto, nuestro deseo, nuestro compromiso. Esto porque así renunciamos a los abstraccionismos, a los fáciles intelectualismos y al riesgo de alejarnos de lo que somos, de lo que vivimos, del Dios que concretamente nos habla en nuestra historia hoy.
El otro motivo es que solo orando podemos pedir la gracia, el don, de una oración más profunda, de una relación con Dios más estrecha, de un diálogo con Él más intenso. La oración, por lo tanto, no es solo puro esfuerzo de la propia voluntad, sino que es también un don que se debe pedir, algo que se recibe.
No siempre llegará esta gracia como la queremos y cuando la queremos, digámoslo. No hay automatismos en la oración (de lo contrario sería como una máquina expendedora: inserto la moneda de la oración y sale concedida mi petición). Las dos cosas no pueden sino ir juntas: el don de Dios y el deseo (y el compromiso) del hombre.
Un segundo aspecto significativo es que la maduración de la oración solo puede ocurrir en un camino, dentro de una vida que crece.
Incluso solo mirando las maneras de expresarse de Francisco, vemos que si al principio dice «¿qué quieres que YO haga?» o «DAME fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta» etc., luego pasa al diálogo con el Serafín, en el monte de la Verna, a decir «¿quién soy yo? ¿Quién eres tú?», para llegar a las Looras del Dios Altísimo en las que se expresa solo a través de la serie de «TÚ eres …».
Si incluso la oración del santo de Asís ha visto este desarrollo, desde un sentir más centrado en uno mismo para llegar a una contemplación de Dios con el uso del «tú», pasando por la pregunta de las dos identidades (la suya y la de Dios), ¿podemos nosotros esperar tener desde el inicio una capacidad de orar que toque las más altas cimas de la mística? ¿No sería tal vez una ilusión? ¿Con el riesgo luego de caer en una suerte de autocompasión por los objetivos (utópicos) nunca alcanzados?
Creo entonces que podemos decirnos con serenidad y con seriedad que la oración auténtica exige contar con la paciencia, con la necesidad de perseverar en el camino emprendido y con la importancia de cuidar un brote que necesita tiempo y cuidado para crecer y dar nuevos frutos.
El Señor nos ofrece siempre la oportunidad para volver a centrar nuestra relación con el Señor, con el deseo de profundizar cada vez más en el conocimiento de Él, en la escucha de Su voz y en la mirada que Él tiene para cada uno de nosotros… y que no ve la hora de compartir con sus hijos tan amados y a los cuales no deja de tender la mano para que, en la oración, aprendan a dirigirse a Él y a vivir en relación con Él.
fray Andrea Bosisio
(Articulo libremente extraído del Blog Vocación Franciscana)