¡Un discernimiento ‘de guata’: escuchar las emociones!

Cuando nos enfrentamos a una elección, ya sea pequeña o grande, ¿debemos confiar en nuestras emociones? ¿Nos ayudan o nos desvían?

Hoy hablamos sobre un tema que nos afecta a todos de cerca: las emociones. A menudo las vemos como simples estados de ánimo pasajeros, pero en realidad juegan un papel mucho más profundo en nuestros días, en nuestras decisiones e incluso en nuestra vida espiritual.

Emociones: la brújula del corazón

Imaginen nuestras emociones como brújulas para nuestro corazón. La alegría nos impulsa a actuar con generosidad, el amor nos acerca a los demás, el miedo nos protege de los peligros. Las emociones nos ayudan a entender qué es importante para nosotros, nos guían en nuestras relaciones y nos impulsan a tomar ciertas acciones.

Por lo tanto, son elementos muy importantes para nuestro camino, nos dicen en el fondo quiénes somos, qué nos atrae y qué nos repele. Sin embargo, aún no dicen todo sobre nosotros… confiar únicamente en ellas sería bastante peligroso

Las dos caras de la moneda: poder y peligro

De hecho, las emociones no siempre son nuestras aliadas en el camino. La ira, la tristeza, los celos pueden cegarnos y llevarnos a tomar decisiones equivocadas. Pero incluso la alegría y el entusiasmo pueden deslumbrarnos y llevarnos a decisiones impulsivas y no duraderas… Las emociones a veces son como olas impetuosas que nos sacuden de un lado a otro, y corremos el riesgo de perder el rumbo.

Entonces, esa misma energía que puede sostenernos en una buena elección, también puede volverse contraproducente en una situación diferente… Y esto se aplica tanto a las emociones desagradables como a las agradables. Damos tres ejemplos:

el miedo ante un peligro real y concreto nos ayuda a detenernos, a no arriesgar nuestra vida, a pisar el freno; pero el miedo ante un riesgo inevitable puede paralizarnos y no permitirnos dar ese salto de calidad que deseamos;

la alegría puede ser nuestra aliada al impulsarnos a entregarnos a los demás, a superar un momento de fatiga con nueva energía; pero también puede convertirse en una extraña panacea azucarada que nos mantiene siempre eufóricos y en la superficie, sin darnos cuenta de que lentamente todo se está vaciando dentro de nosotros;

la ira puede llevarnos a actuar de forma impulsiva, a decir palabras hirientes, a tomar decisiones de las que nos arrepentiremos; pero también puede darnos la fuerza para intervenir en una situación de peligro para alguien cercano a nosotros, para defender a alguien más débil, para luchar por lo que realmente creemos sin desanimarnos.

¿Cómo hacer entonces? 5 herramientas para ti

¿Cómo desenredar entonces este embrollo? ¿Cómo entender cuándo una emoción es nuestra aliada o nuestro enemigo? Desafortunadamente, no hay una receta fácil y automática.

Pero podemos mencionar algunas herramientas útiles:

Primero que todo, escucharnos: el primer paso es sentir nuestras propias emociones, reconocerlas, darles un nombre. Nunca podría entender qué hacer con una emoción si no la siento y no puedo reconocerla. No importa aún si es agradable o desagradable, ni si es útil o dañina. Cualquier emoción debe ser reconocida primero por lo que es. No es en sí misma ni buena ni mala (aquí tienes un ejercicio práctico para aprender a escucharte).

Saber que nuestras emociones siempre nos revelan algo sobre nosotros mismos. Entonces, preguntarnos: ¿de dónde viene esta emoción, por qué la siento? ¿Qué la provoca, en este momento (causa próxima) y/o en mi pasado, en mi historia (causa remota)? Aprender de las emociones siempre, siempre, siempre es útil para nuestro camino.

Comprender que a través de nuestras emociones también se expresa la «voz» de dos sujetos que debemos reconocer como activos en nuestra vida: el Señor y el Enemigo. Tienen formas diferentes de expresarse, porque quieren impulsarnos en direcciones diferentes. Es importante entonces crecer en discernimiento espiritual para aprender a distinguir estas «voces» dentro de nosotros.

Invocar la presencia del Espíritu Santo, sentirlo actuar dentro de nosotros, experimentar que Él es más fuerte que cualquier miedo, culpa o condicionamiento. El Espíritu Santo es como un navegante experto que sabe leer las olas del mar de nuestro corazón, nos ayuda a discernir las emociones útiles de las dañinas, la voz de Dios de la voz de nuestro yo herido o de las tentaciones del Enemigo y del mundo.

Enfrentarse y buscar ayuda: es importante expresar, dar voz a lo que se mueve dentro de nosotros; verbalizar nos ayuda por sí mismo a entender, definir, delinear, a menudo a dimensionar, lo que encontramos en nosotros. Hablar con un amigo de confianza, o con nuestra acompañante espiritual, es parte fundamental del proceso de discernimiento de nuestras emociones.

Las emociones: aliadas valiosas, no obstáculos

Entonces, las emociones no son en sí mismas un obstáculo a superar, sino un aliado valioso para aprender a conocer y utilizar con sabiduría. Si aprendemos a leerlas con el corazón y a discernir la voz del Espíritu Santo, nos ayudarán a tomar decisiones mejores, a vivir una vida más llena de alegría y amor, y a crecer en nuestra fe.

Recuerda: el Espíritu Santo siempre está a tu lado, listo para acompañarte en este camino de descubrimiento y crecimiento espiritual. ¡No tengas miedo de escuchar tu corazón y seguir su guía!

Por último, te dejo algunas ideas para reflexionar:

¿Cuáles son las emociones que más a menudo te guían en tus decisiones?

¿Cómo influencian tus emociones tus relaciones con los demás?

¿Alguna vez has experimentado la guía del Espíritu Santo a través de tus emociones?

¿Cómo puedes aprender a escuchar mejor tus emociones y discernir la voz de Dios?

¡El Señor es grande!

fray Nico

(articulo libremente extraído del Blog Vocación Franciscana)

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