…y confiesen que son cristianos

La ascensión del Señor es una celebración difícil: ¿cómo celebrar por un ser querido que nos deja? Pero Jesús no se ha ido y está  más presente que nunca.

La conclusión del evangelio di Marco es simple y clara. La escena de la ascensión del Resucitado cierra la narración de la Pascua y marca un nuevo comienzo. Paradójicamente, lo que parece el final, en realidad se convierte en el punto de partida. Los discípulos comienzan a contar por todas partes la historia que vivieron con el Maestro.

«Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio a toda criatura«. Las últimas palabras del Señor nos permiten echar una mirada al corazón de Jesús, a su mayor pasión: dar vida a toda criatura, en cada rincón de la tierra. Y para ello elige criaturas imperfectas, con una fe frágil. Como nosotros que, con el bautismo, recibimos la misma misión de los Apóstoles: Anunciar. Nada más.  

Nuestra vocación es la misión a la cual nos envía Jesús: nos pide que nos pongamos en camino para llegar a todos los hombres y mujeres, de todas las razas y culturas y ofrecerles la buena noticia. ¿Por qué? Porque tenemos un una «buena noticia» en el corazón. Algo verdaderamente nuevo, que puede cambiar la vida, abrir los corazones a la esperanza y a la alegría. Algo sin precedentes como sin precedentes es el amor de Dios, su misericordia, lo que ha hecho en Cristo Jesús.

¿Pero no es esta una misión imposible? ¿Cómo lograrlo? Unos versículos antes de este texto se recuerda la incredulidad de los discípulos en reconocer al Resucitado. Los apóstoles eran pobre gente, sin formación para esa tarea. Precisamente aquí radica el significado de la Ascensión. Ahora el resucitado los y nos acompaña con su presencia. Y a aquellos que creen, ofrece signos claros de su acción entre ellos.

Las fuerzas del mal no podrán hacer nada contra quien anuncia a Cristo. ¿Por qué? Porque el amor vence toda maldad, toda astucia. Podremos hablar nuevos idiomas: el idioma de la fraternidad y justicia, el lenguaje de la misericordia y el perdón, el lenguaje de consuelo y solidaridad. Podremos lidiar incluso situaciones complicadas y difíciles con serenidad y sabiduría.

¿Cómo no recordar las indicaciones que Francisco de Asís sugiere en su «estatuto misionero»?: «y los hermanos que van por el mundo no promuevan disputas y controversias, sino que se sometan a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. Cuando les parezca que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios para que crean en Dios omnipotente, Padre e Hijo, y Espíritu Santo, creador de todas las cosas, y en el Hijo, redentor y salvador, y para que se bauticen y hagan cristianos«.(1 R 16,5 ).

Si las cosas están así, la misión no fracasará. ¡En camino, entonces!

Fray  Maurizio Bridio, OFMConv.

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