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Clamar a Dios de la manera correcta
En Padua, donde hay la tumba de san Antonio, cada día llega mucha gente. Miles y miles de personas que colocan la mano sobre la tumba de Antonio para pedir una gracia, para encomendar su vida y la de sus seres queridos. Muchas y muchas oraciones, peticiones que suben a Dios por la intercesión de San Antonio.
Entre las muchas y muchas oraciones que recogemos cada día, hoy elijo dos, en representación de todas. Imagínense que están escritas en dos papelitos, uno en su mano derecha y otro en su mano izquierda. Pues bien, piensen que en estos dos papelitos están todas las oraciones de la humanidad, y también todas sus oraciones.
Un grito que Dios escucha
Las oraciones escritas en estos dos papelitos, como las que están escritas en nuestros corazones, son una ofrenda que sube a Dios. Y nuestro Dios es uno que escucha (¡como también nuestro San Antonio es uno que escucha!). ¿Recuerdan, en el Éxodo?
Los israelitas gemían a causa de su esclavitud y clamaron; su clamor a causa de su esclavitud subió a Dios. Dios escuchó su gemido y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Dios miró la condición de los israelitas y se compadeció de ellos. […] El Señor dijo [a Moisés]:
“He visto muy bien la miseria de mi pueblo en Egipto y he oído su clamor a causa de sus capataces; conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlos del poder de Egipto y sacarlos de esta tierra hacia una tierra buena y espaciosa, una tierra que fluye leche y miel
(Éxodo 2:23-25; 3:7-8).
Nuestro Dios es uno que “se preocupa”, que escucha y se pone en acción. Es uno que baja y hace historia con nosotros, baja a abrir el Mar Rojo, baja a conducir al pueblo en el desierto, baja hasta hacerse hombre, hasta morir en la Cruz por nosotros con tal de liberarnos, con tal de responder a nuestro grito.
Pero, ¿qué es lo que pedimos al Señor? ¿De qué calidad es este nuestro grito? Nuestro grito puede ser de dos calidades diferentes. Aparentemente similares, pero en realidad casi opuestas.
Un grito que quiere cambiar la realidad
Tomen el papelito que tienen en su mano izquierda. Este representa el primer modo que tenemos de gritar a Dios. Creo que la mayor parte del tiempo pedimos al Señor que intervenga para cambiar las cosas. Tenemos en mente cómo debería ser el mundo, la realidad, nuestra vida. Pensamos que debería haber paz entre todas las naciones, que yo debería encontrar un trabajo que me guste, que debería llevarme bien con mi pareja, que debería encontrar la persona adecuada con la que formar una familia, que no debería haber enfermedades…
«Sabemos» cómo debería ser el mundo y nuestra vida. Y vemos que, sin embargo, la realidad es diferente. Y entonces pedimos al Señor que cambie las cosas. San Antonio también era así al principio: quería cambiar el mundo, quería volcar todo, ir a Marruecos y convertir a los musulmanes, quería decidir él lo que era lo correcto.
Queremos que la realidad nos obedezca. También nosotros, los frailes, ¡eh! Yo más que todos: organizo las cosas, pongo todo en orden, y quiero que todo vaya según mis planes, que los jóvenes vengan a nuestros encuentros, que alguien decida hacerse fraile… Quiero que la realidad me obedezca.
Este es el primer modo de pedir a Dios: pretender que las cosas cambien, que la realidad obedezca a mis deseos, representado por el papelito que tenemos en la mano izquierda.
Una actitud diferente
Pero hay una actitud diferente, que está representada por el papelito que tenemos en la mano derecha. Se trata de la verdadera actitud de fe. Y es precisamente lo contrario: la verdadera actitud de fe no nos dice que «debemos hacernos obedecer», sino que nos dice que somos nosotros los que debemos obedecer. A Dios, por supuesto. Pero el primer modo de obedecer a Dios, el modo más concreto, es obedecer a la realidad.
Sí, primero estamos llamados a «obedecer a la realidad», a acoger lo que hay, lo que nuestros días, nuestra vida, nuestro mundo, nuestra gente, nuestra sociedad nos propone. Acoger y amar.
No porque debamos «dejar las cosas como están», ¡por supuesto que no! Si somos verdaderos cristianos somos revolucionarios, si somos verdaderos cristianos las cosas no pueden seguir igual que antes de nuestro paso.
Sin embargo, lo que debemos hacer no es cambiar la realidad, sino transformarla. Atención, ¡es muy diferente!
¿Sustituir o transformar la realidad?
Vean, cambiar la realidad significa sustituirla. Significa: ¿esto no me gusta? ¡Lo tiro! Era la actitud del primer papelito: esta relación no funciona, la tiro, esta persona no me cae bien, fuera, este aspecto de mí no va, fuera, etc. Esta actitud nos lleva solamente a la lógica del descarte. Y fuera esto, y fuera aquello, al final no nos queda nada en las manos… estamos con las manos vacías y el corazón solo.
Pero nuestro Dios no hace así, por suerte. Nuestro Dios no «cambia» la realidad, no sustituye nada ni a nadie, no desecha nada, por suerte. Lo que hace nuestro Dios es transformar. Y también yo estoy llamado a transformar.
Entonces, ¿qué significa transformar? Significa tomar lo que hay, acogerlo, conocerlo, entrar en él, ensuciarse las manos, amar, asumir sobre uno mismo, poner de lo nuestro, y precisamente de esta manera transformarlo desde dentro, sin desechar nada.
Y cuando no desechamos nada, sino que tomamos la realidad de nuestra vida y la transformamos, entonces es el Señor quien empieza a intervenir en serio, y sabe hacer surgir cosas maravillosas. Justo como San Antonio, que dejó que sus sueños de gloria lo hicieran enfermar, naufragar, estar un año en silencio en un eremitorio, y solo después, cuando acogió la realidad tal como es, se convirtió en el gran predicador y transformador social que conocemos.
Una sabiduría de clamar a Dios
Esta es la verdadera sabiduría que debemos pedir al Señor. Este es el grito de la calidad justa para elevar a Dios, representado por el papelito en la mano derecha.
Comprender y vivir en profundidad que cuando pretendemos que sea la realidad la que nos obedezca, de cambiarla, de sustituirla, nos encontramos con las manos vacías y las ruinas alrededor de las cosas que hemos desechado (este es el resultado del grito del papelito en la mano izquierda).
Cuando, en cambio, elegimos obedecer a la realidad, acogerla, asumirla, amarla, entonces nos descubriremos capaces de transformar la realidad, de transfigurarla, de hacerle asumir poco a poco ese rostro que Dios ha inscrito dentro de cada cosa (este es el fruto del grito del papelito en la mano derecha).
Entonces, que todas nuestras oraciones, las de nuestras manos, las del corazón de toda la humanidad, asuman poco a poco esta calidad profunda:
Te pedimos, Señor, que tomes todos nuestros gritos, que tomes toda nuestra vida, todo lo que hay en este mundo, que no deseches nada, sino que nos transformes, justo como haces en cada Eucaristía con el pan y el vino, que no cambias, sino que transformas. Transfórmanos también a nosotros en Ti, para que podamos ser Tu rostro, que sabe amar a cada hombre y cada mujer de esta tierra.
Y tú, ¿qué papelito quieres escribir a Dios hoy?
¡Que San Antonio nos sostenga en esto! ¡Buen camino a todos!
fray Nico
(Articulo libremente extraído del Blog Vocación Franciscana)